El relevista Daniel Bard ha anunciado oficialmente su retiro del béisbol profesional, poniendo fin a una carrera marcada tanto por el brillo como por la adversidad, y que se extendió a lo largo de más de tres décadas diferentesBard, quien deslumbró al mundo del béisbol con su potente brazo y una recta devastadora a finales de la década de 2000, deja el montículo tras un largo y accidentado camino, plagado de lesiones que lo alejaron de su verdadero potencial.
¿Fueron los Red Sox culpables de su declive?
El derecho debutó en 2009 con los Red Sox de Boston y rápidamente se convirtió en uno de los relevistas más temidos del juego. Su dominio desde el bullpen fue notable durante tres temporadas consecutivas (2009–2011), en las que acumuló más de 200 ponches y una efectividad por debajo de 3.00, proyectándose como el cerrador del futuro para la franquicia.
Pero en 2012, todo cambió. Bajo el mando del entonces nuevo dirigente Bobby Valentine, los Red Sox de Boston tomaron la controvertida decisión de convertir a Bard en abridor. La transición, impulsada por Valentine, no solo fue un fracaso inmediato en términos de rendimiento (Bard tuvo una efectividad de 6.22 en 10 aperturas ese año), sino que también desencadenó una serie de problemas físicos y mentales que lo acompañaron por casi una década.
Desde aquel 2012 hasta su sorpresivo regreso en 2020 con los Rockies de Colorado, Bard solo pudo aparecer en un puñado de juegos, menos de 10 en total, sumido en lesiones, descontrol crónico y batallas personales con la “yips”, una condición que afecta la coordinación y el control del lanzamiento en los pitchers. Su retorno a las Grandes Ligas en 2020 fue celebrado como una de las historias más inspiradoras del año, y durante un breve tiempo, volvió a ser un brazo confiable en el bullpen.
Ahora, con menos de nueve años oficiales de servicio, Daniel Bard se despide del béisbol con 475 ponches en 477 entradas lanzadas, dejando atrás una carrera que alguna vez prometió ser todo lo que un equipo busca en un relevista de élite.
Aunque su carrera no alcanzó las alturas que muchos esperaban, su legado es el de un guerrero que nunca se rindió. Sin embargo, la mancha de aquella decisión tomada en 2012 por los Red Sox de Boston y Bobby Valentine queda grabada como un punto de inflexión que cambió el curso de su destino. Para muchos, esa movida innecesaria no solo arruinó una estrella en ascenso, sino que también sirvió como advertencia para futuras generaciones sobre los riesgos de alterar el curso de lo que ya funciona.